Metiendo al diablo en el infierno

La picante historia del monje que recibió la inesperada visita de una joven llamada Alibech

Deslumbrado por su belleza, el monje de la historia le habló de Dios y del diablo, descubrió con ardides que era virgen y no pudo contener un deseo que cada vez se le hacía más visible. La joven preguntó qué era aquello que crecía y el monje no dudó en decirle que era el mismo diablo y que ella poseía el infierno para salvar su alma. “… si tienes piedad de mí y permites que yo en el infierno lo meta, tú me darás grandísimo consuelo y a Dios daremos mucho placer y servicio”.

El relato, contado por Dioneo, uno de los tres hombres del grupo, era escuchado entre risas y sonrojos por las mujeres. Esa es una de las virtudes de El Decamerón: que las mujeres puedan oír ese tipo de cuentos sin dejar de ser honestas.

Aunque al principio le dolió, Alibech, la joven de la historia, empezó a gustar tanto de someter el diablo a su infierno que el monje en su cansancio escuchaba estas palabras: “Rústico, si ya el diablo está castigado y no te importuna, a mí mi infierno no me deja sosegar, de manera que conviene que tú, con tu diablo, mitigues la rabia de mi infierno como yo con mi infierno he mitigado la soberbia de tu diablo”.

Esta y otras once historias recibieron el castigo censor de la Iglesia en el papado de Pío V, pero aún así siguieron circulando en el mundo de las prohibiciones.

Las mujeres, a las que el autor les concedió los mismos derechos que al hombre para los placeres de la vida, cuentan también historias salpicadas de erotismo. Las burlas por amor o por ponerse a salvo de sus maridos, que cuentan en sus narraciones, parten siempre de una justificación. “Lo que a éstos les hacen sus mujeres, sobre todo cuando sus celos son infundados, es cosa bien hecha”.

El velo de la abadesa

Existen en Lombardía un monasterio famoso por su santidad. Una mujer, llamada Isabel, bella y de elevada estirpe, vivía allí desde hace mucho, cuando cierto día fue a verla, desde la reja del locutorio, un pariente suyo,acompañado de un amigo, joven y arrogante mozo. Ambos al verse se enamoraron y buscaron la solución para poder verse a solas, consiguió el joven un expediente para poder entrar desapercibido en la celda de esta.       Un día dos monjas los descubrieron y, celosas, avisaron a la abadesa. En ese momento esta se encontraba en su habitación con un clérigo con el que tenía una relación. Al vestirse apresurada para que no la pillaran, se cubrió la cabeza con los calzones del cura pensando que era el velo monjil. a la hora de criticar a Isabel esta le dijo con un tono burlesco que se retocara el tocado por lo que la abadesa al darse cuenta la indultó.

El cocinero Chichibio

Currado Gianfiglazziera, un hidalgo muy conocido en la ciudad, disfrutaba montando a caballo y también hallaba placer en los perros y en las aves.

Un día salió de caza acompañado de su halcón y consiguieron dar caza a una grulla. Currado se dirigió al castillo y le pidió al cocinero Chichibio que la cocinase y la aderezase. Hecho esto, entró en la cocina una mujer llamada Brunetta (de la que Chichibio estaba muy enamorado) y al oler ese manjar se pidió al cocinero un muslo de ese sabroso ave. El hombre se negó, pero después de insistirle, le dio el deseado muslo. Chichibio sirvió el animal para la comida, pero el hidalgo notó la falta del muslo y le preguntó al cocinero el motivo. Este último le aseguró que las grullas solo tenían una pata y que al día siguiente se lo demostraría.

La siguiente mañana ambos montaron en sus caballos y fueron al bosque. Chichibio iba muy atento para ver si podía encontrar a las grullas y, finalmente divisó a un grupo de ellas que descansaban sobre una pata porque estaban dormidas. El cocinero se las enseñó al hidalgo, el cual gritó provovando así que las aves mostraran su otra pata y echando a volar. Currado demostró así que las grullas tenían dos patas, pero el ingenioso cocinero le respondió de una manera muy graciosa diciéndole que si a la grulla del otro día le hubiese gritado, también esa habría tenido dos patas.

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El Decamerón

«LOS TRES ANILLOS»

Esta historia nos cuenta el caso del sultán Saladino, que tras librar diferentes batallas por motivos religiosos se quedó sin dinero suficiente para cubrir un gasto inesperado. Para solucionar este problemase le ocurrió pedirle dinero a Melquisedec, pero antes quiso ponerlo a prueba y le planteó una pregunta: «¿cuál de las tres religiones consideras que es la verdadera: la judía, la mahometana o la cristiana?

El hombre para responder a su pregunta le contó la historia de los tres anillos, este relato narra como en una misma familia tenían como tradición regalarle a un hijo el anillo familiar antes de morir, de esta forma el chico podría reclamar toda la herencia que le dejara su padre. Pero hubo un día en el que un padre no sabía a cual de sus hijos debía darle el anillo, puesto que los quería a todos de igual manera y no sabía elegir. Así pues mandó forjar dos anillos más, idénticos al primero, sin saber cual era el original y le dio uno a cada uno de sus hijos. Cuando el padre falleció los herederos pudieron recibir cada uno su parte.

Melquisedec le había contado esta historia al sultán para darle a entender que no podía elegir entre ninguna de las religiones porque a todas estaba ligado el nombre de Dios. El sultán después de escuchar al buen hombre decidió ponerlo a su servicio y a partir de ese momento fueron grandes compañeros.

Símbolos que representan las tres religiones.